The grandfather of Argentine olive trees is dying: what’s happening?
In Aimogasta, La Rioja, the enormous “four-hundred-year-old olive tree” —a national monument and symbol of the Arauco olive— is drying up, a victim of the Xylella fastidiosa bacterium. The plague, which has already devastated these crops in Italy, threatens the region’s main economy and hits small producers who watch their farms die. Scientists from INTA and international experts are trying to stop its spread, but there is no cure, and the Arauco variety —the most flavorful in the country— is highly vulnerable. The town, caught between legend and despair, fears losing its symbol and its source of life.
This project was published by Revista Viva: “El abuelo de los olivos agoniza, ¿qué le pasa?”.
Juan Carlos Vera se sienta todas las tardes, desde hace ocho años, a ver morir a un árbol. Es un enorme olivo de 400 años que, en Aimogasta, al norte de la provincia de La Rioja, a cincuenta kilómetros del límite con Catamarca, es sinónimo de identidad y orgullo.
No solo por ser monumento histórico nacional desde hace más de medio siglo, sino porque su agonía es la de todo un pueblo que, en vilo, ve sucumbir su fuente principal de ingresos: la producción de la aceituna Arauco, la más sabrosa de todas.
Cuando se llega al “olivo cuatricentenario”, rodeado de tierras áridas en las que reina el viento, lo que se encuentra no se parece en nada a la copa frondosa y verde que adorna los folletos publicitarios del Departamento de Arauco.
El árbol está enfermo y tiene un aspecto sombrío, como si el impacto de un rayo lo hubiera secado por dentro. Apenas un puñado de ramas en el extremo de su copa muestran diminutas flores de aceitunas, y su tronco se hunde en una tonalidad grisácea.
“La peste entró hace 18 años y vino de España. Está atacando a la variedad Arauco, la autóctona del pueblo, y avanza a pasos acelerados. Hace ocho años la planta estaba verde, pero se nos está secando como todos los árboles de la zona”, dice Juan Carlos, encargado de cuidar al olivo histórico.
Un olivo
De esta Olea europaea -su nombre científico- abundan los rumores. Sobre su edad, sobre su supervivencia o sobre la plaga que lo afecta, que pudo haber llegado de España mezclada en un abono o en estacas (esquejes) infectados con la peste. Que su enfermedad se contagia por el aire, como el Covid-19, o por el agua. Que lo mandaron a talar durante la conquista por envidia, porque tenía “la aceituna más deliciosa del Nuevo Mundo”, y que sobrevivió oculto bajo una batea gracias a la clemencia de una joven llamada Expectación de Ávila.
En cambio, las certezas son pocas. Una es que esta zona vive del monocultivo de la aceituna. Y dos, que el árbol que le dio su origen agoniza sin remedio.
De unos treinta ejemplares que están en el predio del gran olivo, diez están infectados. Pero hay fincas (así les dicen los lugareños a las quintas) donde la pérdida es total.
Juan Carlos, que también trabaja en la Oficina de Turismo, pasa todas las tardes en el predio donde se custodia el árbol, considerado el padre -o incluso el abuelo- de la olivicultura nacional. Cuenta que muchas turistas mujeres, apenas lo ven, se largan a llorar.
“Desde la pandemia hasta ahora calculá que han llegado más de 200 ingenieros del país y de países limítrofes. Se han hecho muestras con el pasto, con las ramas, hasta colocaron tramperas para insectos. Este sector está todo contagiado, y cuando una planta se contagia, la tenés que sacar. Acá no podés tocar nada, porque el olivo es patrimonio nacional (desde 1946). En estos momentos tendrá un 10 por ciento de vida, a este ritmo, en uno o dos años más, el olivo muere.”
Los olivos son de los primeros árboles de los que se tiene registro, al ser mencionados en libros tan antiguos como la Biblia. De origen asiático, pasó a España para finalmente llegar a América en tiempos de la conquista: “Estos árboles eran excesivamente costosos por lo difícil de transportar en barcos durante meses, se incluían en testamentos como piezas muy valiosas y se las cuidaba celosamente, por eso puedo afirmar que es imposible que haya sido plantado por integrantes de pueblos originarios sin intervención española”, aclara el historiador Víctor Hugo Robledo, nacido en Aimogasta y autor del libro Historia de Arauco, donde pone en duda que este olivo haya sido introducido por un indio hacia el 1600, como cuenta la leyenda.
Según Robledo, tampoco existen registros de la orden de poda del rey Carlos III en el Archivo General de Indias: “Pudimos comprobar que Expectación de Ávila, quien protagoniza la leyenda, falleció en 1920, no pudo ser ella quien lo habría ocultado para salvarlo de la poda masiva, que tampoco está probada”.
Para el historiador, en Arauco sucede algo similar a la historia de Rómulo, Remo y la loba que dan origen a Roma: “Las leyendas son el folklore de los pueblos y el olivo se ha transformado en parte de la identidad de los arauqueños, como también la olivicultura se ha transformado desde hace casi un siglo en el medio de vida de la comunidad, por esto es que la edad del olivo importa en cuanto se sostenga en el relato. Arauco mantendrá por siempre esta leyenda aunque no esté comprobada y aunque no haya estudio científico que determine su verdadera edad”.
Una bacteria
Cuando un olivo se infecta con la bacteria, se genera lo que se conoce como síndrome de decaimiento rápido. “Se trata de un patógeno exclusivo de los vasos xilemáticos, transmitido por insectos de la orden Hemiptera (mejor conocidos como chicharritas), que ocasiona el taponamiento e impide la traslocación de agua y minerales”, explica desde Córdoba Patricia Tolocka, investigadora de Patología Vegetal en el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).
Junto a Raquel Haelterman, referente en bacteriología, trabajan en entender y detener esta epidemia que se esparce rápidamente, incluso a nivel global. Integran el proyecto internacional Beyond Xylella de la Unión Europea.
“A fines del 2013 se detectó la Xylella en plantas de olivo de una finca de Arauco, y para 2017 la bacteria, como también el hongo Verticillium dahliae, fueron detectados en el olivo cuatricentenario”, marca Tolocka.
“La bacteria se llama Xylella fastidiosa y debe ser una de las más antiguas estudiadas por atacar vegetales. Se la conocía por provocar la “enfermedad de Pierce” y ya afectaba viñedos en los Estados Unidos a finales del 1800. No sabemos qué pasó, si fue el cambio climático o qué, pero en 1989 se cita que hubo un ataque de esta bacteria en cítricos en Brasil. En los 2000 ya se detecta en nuestra Mesopotamia (Misiones, Corrientes y Entre Ríos), para finalmente, en 2013, ser identificada por primera vez en las plantas enfermas que tenemos acá”, narra -desde un café frente a la plaza principal de Aimogasta- Julio Juárez, productor local e ingeniero agrónomo del INTA.
“La confusión sobre el origen español de la bacteria surgió por una enfermedad que ya existía y es causada por un hongo, el Verticillium, que es antiquísima y sí llegó de España con los olivos. Se sabe que también mata a la planta, pero se disemina por el suelo y es mucho más lenta que la Xylella”, aclara el ingeniero Juárez.
En Aimogasta están orgullosos de sus aceitunas y de ser “la capital nacional del olivo”. Los plantan en macetas dentro de la terminal de micros, en las veredas de sus casas y en la plaza principal, hasta la empresa olivícola más grande del país tiene acá su planta procesadora, donde elabora el 80 por ciento de los 50 millones de kilos de aceitunas cosechados al año.
Una ruina
Los pequeños productores son los que abundan, con fincas donde se plantan hasta 100 olivos por hectárea y que no suelen superar una o dos veces ese tamaño. Un olivo, en este sistema tradicional, puede dar hasta 60 kilogramos de aceituna por cosecha y su precio varía entre los 50 y 70 centavos de dólar por kilo si es para mesa, y unos 45 centavos si se vende para hacer aceite.
“En el barrio en el que yo vivo mi finca era la única verde y en dos años se me han enfermado todos los olivos. Ya están talando, se saca todo, se vende el terreno, y después se hacen edificios. La gente no quiere volver a invertir en olivos, porque se vuelven a enfermar”, dice Alejandra Vargas, una pequeña productora de la zona.
“Esta es una enfermedad de los productores pobres”, explica, contundente, el ingeniero Juárez, y detalla que la chicharra que la transmite habita en los pastos que se acumulan alrededor de los árboles, producto del riego tradicional.
“El riego por goteo, en cambio, genera mucho menos maleza y menos incidencia, pero también es fuente de un mayor costo. Acá los pequeños productores no viven de la finca, y si lo hacen, tienen sueldos que son mínimos. De unas 25 mil hectáreas de olivos en La Rioja, apenas 1.500 pertenecen a esta producción del tipo tradicional”, compara Juárez.
Ante la pregunta de si replantar otras variedades puede ser una solución, el experto vuelve a ser taxativo: “Es como un ciego que está tratando de salir de una casa que se está prendiendo fuego, al no tener conocimiento, no sabemos para dónde correr”.
Hace unos años, la situación en Italia fue catastrófica, allá los olivos centenarios fueron víctimas de la misma bacteria, y los productores se encadenaban a los árboles para impedir que los talen. Lo mostró en sus redes el cocinero ítalo-argentino Donato De Santis, quien recorrió la región de Apulia, al sur de ese país, para dar cuenta de este desastre. “Una bacteria muy chiquita se nos está llevando todo”, narraba al caminar por un campo de olivos arrasados: “Esto es un cementerio, si los olivos pudieran hablar pedirían que los ayudemos”.
“No existe cura para este patógeno”, sentencia Tolocka, quien aconseja implementar medidas de manejo de la enfermedad e insiste en que la estrategia más prometedora es la búsqueda de cultivares tolerantes a la bacteria. “En La Rioja, la variedad Arauco es altamente susceptible a este patógeno, es necesario buscar otro cultivar que tenga un buen comportamiento frente a la bacteria”, cierra.
“Es muy triste ver a los olivos morir”, dice la pequeña productora Vargas, que recuerda que su finca tiene unos 70 años y pertenecía a su bisabuelo. “Una a veces se sacrifica tanto… pero nadie ayuda. Una tiene que replantar por su cuenta, si el olivo se enferma, se enferma, y eso que acá la economía gira en torno a la aceituna Arauco. Esta variedad tiene que tener cinco años para dar producción, pero vale más que las que tardan menos en dar, capaz en dos años. La aceituna Arauco es calidad, es una aceituna muy rica, lo otro es comer cartón.”
Vargas también ve con preocupación que está cambiando el clima. “El Arauco necesita un frío y un calor seco, y acá hay cada vez más calor y más humedad (combinación ideal para la propagación del insecto que transmite la bacteria).” Sin resignarse por su catástrofe personal, cuenta que no se dará por vencida en su finca: “De a poco voy sacando olivos y voy a volver a plantar. Sin ayuda es muy difícil”.
A paso lento, Julio Juárez camina por la plaza principal.
Él sabe que la situación preocupa a toda la localidad, e intenta llevar algo de calma: “La gente nos pide hacer hijitos del olivo cuatricentenario, para perpetuarlo. Pero hemos descubierto, y vamos a hacer una publicación con esto, que en todos los olivos de Arauco está su misma genética, es decir, la buena noticia es que su material genético no lo vamos a perder, no vamos a perder la única variedad de olivo criollo de Argentina”.
